La historia está ahí y se desarrolla ante nuestros ojos. Hay un lugar espiritual desde donde el hombre como tal puede afrontar situaciones complejas que, desde la razón, serán seguramente impensables.
Durante casi setenta días, treinta y tres hombres de edades diferentes, experiencias personales no comunes y cierto primitivismo se han encontrado ante esta situación que, con una elogiable entereza han sabido sortear.
Los medios cubren con detalle lo acontecido desde la transmisión chilena exclusivamente. Esta actitud coherente ha exigido respeto desde la vida por estos mineros, tantas veces olvidados desde una sociedad avariciosa que les saca hasta la salud.
Los comentarios periodísticos, necesarios para rellenar el espacio de silencio que requiere el rescate, podría haber sido reemplazado por buena música.
Las editoriales están llenas de lugares comunes que hablan siempre desde un egocentrismo patético.
Situaciones de alto stress, ataques de pánico cuando no una claustrofobia galopante son parte de un discurso superficial de relatores que no logran encontrar el norte del buen sentido en el contenido de sus palabras.
Es difícil interpretar a estas personas si no nos ponemos en sus zapatos, es complicado transmitir el sentimiento de estos hombres que han visto pasar su vida en socavones oscuros de una existencia olvidada.
Estos mineros han crecido siendo testigos de la mundana complicidad de un poder cuyos intereses se discuten en la Bolsa de Valores, mientras sus vidas se apagan en pulmones que el mineral enferma para dar paso a los privilegios de los poderosos.
Es un buen momento para reflexionar y poner en valor la vida. Está ante los ojos del mundo las formas de explotación del hombre. Muchos ciudadanos deberíamos mirarnos y hacer un ejercicio de conciencia.
Pero lo ciudadanos de escasos recursos tienen una sobredosis de coraje. Cuántas más armas tienen para sobrevivir a situaciones extremas. Estos pueblos expoliados por las minorías, minorías que no serán capaces de sobrevivir si se quedaran anclados en algún desierto, sin sus comodidades, su tecnología o su confort. Comodidad, tecnología y confort que tienen a costa de tanta explotación al prójimo.
Nos deberíamos poner a pensar qué pasaría si estos pueblos, que son mayoría, se unieran para cambiar el statu quo. Podrían vivir mucho tiempo en una ciudad sitiada pues han adquirido los elementos espirituales para hacerlo. Uno empieza a entender cómo las guerras tradicionales hacen agua frente a pueblos como el iraquí o en territorios como Afganistán.
Es la fortaleza de esa gente, ninguneada por una minoría intelectual que sólo vive la vida en los libros, la que persiste y triunfa.
Es momento para resignificar cómo estamos viviendo. Qué cosas permitimos por omisión, qué actitudes debemos cambiar para buscar nuestras vitalidades espirituales.
Frente a este mundo globalizado donde pocos disfrutan el sacrifico de casi todos, nos debemos la obligación moral de ver, para poder participar activamente en políticas que promuevan la equidad como base de justicia.
No omitir esta visión despiadada de la vida nos pone en el lugar activo y responsable de permitir desarrollar una mirada equilibrada que con decisión y energía mejore estas inequidades.
